viernes, 23 de julio de 2010

La Travesia

- Llegamos a la cima!!! - Dijo mi amiga Mariel.
- Por fin!! – Exclame yo – Es la cima del monte!
- Desde aquí se ve el bote de Antonio… - Belén apenas podía respira por el cansancio.

Al llegar caí desplomada por el agotamiento.

- Estoy muerta del cansancio!!! – comento Belén
- Yo también!!! – exclamo entre exhalaciones Mariel….

Gran parte del grupo ya iba muy adelantado, grupo que no intento en ningún momento esperarnos…

- Nos han abandonado!!!!! – Grito Belén al ver al grupo ya a unas horas de distancia – Y ni siquiera fueron capases de esperarnos…

Mariel cayo de rodillas agotada y grito el nombre de su hermano – RUBEN!!!!! – pero él nunca escucho.

Caminamos largas horas bajo un sol implacable. A nuestro lado siempre se mantuvo fiel nuestra perra Puchila, la pobre fue el pilar para seguir buscando el destino…
Pero transitando la bajada del alto monte, la perdimos cuando resbalo del risco. Nuestro corazón sintió que ya no podíamos pedir más; solas, sin Puchila, sin agua, ni provisiones, el sol ya se ponía, y solo nos quedaba nuestro instinto por conservar la vida.

Belen lloraba destrozada y no dejaba de repetir – NO lo podremos superar…. No lo podremos superar… vamos a morir…
- Vamos chicas, nosotras podemos!!! – dijo Mariel en voz de animo.

En unas de las inclinadas pendientes que debíamos bajar Mariel resbalo y quedo colgada de una planta seca y espinosa – Me voy a caer – gritó, y la seguimos nosotras con otro fuerte grito.

Logramos subirla con gras esfuerzo y continuamos la travesía.
A cada segundo repetíamos voces de ánimo, para no decaer y para no aburrirnos.
De repente a lo lejos se escuchaban gritos, el sol ya se había puesto y todo estaba oscuro, así que el miedo predominaba en nosotras. La desesperación nos consumía pero seguíamos la marcha.
Eran muchas las dificultades, íbamos en bajada, la tierra era blanda y la única vegetación eran matas con espinas.
Se sentíamos un viento calido que venia del norte, nos guiábamos por la cruz del sur.
Las espinas abrían heridas en nuestras piernas, el sudor corría por nuestro cuerpo y el único consuelo era el viento, ese viento calido que no alcanzaba a refrescar la noche.
Luego de un rato llegamos a una empinadísima bajada de arena en la cual tuvimos que deslizarnos como en un tobogán gigante.
Mariel gritaba y repetía – siento que no voy a llegar, no voy a llegar.
Mirábamos hacia delante y solo se veía una capa de negra oscuridad.

- No! Piedras!!! – dijo Belén al chocar costra una pared de piedras.
- ¿Qué? – gritamos al unísono Mariel y yo.
- Sole, es otra montaña – me dijo Belén.
- No puede ser – contesté yo.
- Y bueno, a escalar – dijo Mariel.

Y las tres comenzamos a escalar esa maraña de piedras filosas, resbalosas y ásperas.

- Moriremos – jadeo Belén – este es el camino equivocado.
Nadie contesto.

De repente sentimos como íbamos legando a la sima de las piedras y divisamos a lo lejos una luz.
Gritamos de alegría, y otro grito nos contesto, parecía que era Rubén.
Nos alzamos a la carrera, con tropezones y caídas. Corrimos hasta arder las piernas, hasta que llegamos.
Era una cabaña, la cabaña del guarda parques.

Nos sentamos felices a tomar gaseosas y comer torta.


...”esta fue la dramatización, de la vieja tradición de la caminata al cerro en el cumple de Nahuel, la cual nunca completamos”…

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